LA CIUDAD Y LOS MERCADOS POPULARES. ENTRE LO URBANO Y LO RURAL, LO AUTÓCTONO Y LO GLOBAL. Por Belén Rojas

Las ciudades se asemejan a los seres vivos. Son lugares que crecen y se extienden a la par que adquieren su sello particular, su identidad. En su larga travesía a través de los años y del terreno donde yacen se van acicalando para adquirir una apariencia y una personalidad que las haga inconfundibles y seductoras. Seres únicos: Solo con mirar fotos de Nueva York, La Habana, Manchester, Johannesburgo, El Cuzco o Budapest podremos darnos cuenta de esa peculiaridad. Sus mega edificaciones, urbanizaciones, barriadas, parques, plazas, calles y callejuelas son únicas y nos indican la diversidad social y económica de sus pobladores. El paisaje también ayuda a distinguirlas, nos habla de su topografía: montañas, valles, mesetas o planicies a la vera de ríos, arroyuelos o en casos privilegiados del mar.

ACCESSFASHION-ACCESS-FASHION-MOROCCO-MARRAKECH-SOUKS-SOUK-MEDINA-SPICE-MARKET-TRAVEL-THE-NIGHT-MANAGER-1

A medida que la abandonamos la ciudad se va desvaneciendo. La ciudad de concreto y asfalto, de gigantescos rascacielos y edificaciones, de intrincadas autopistas, de multitudes frenéticas se va empequeñeciendo gradualmente, se va acallando y comienza a exhibir, ya esparcidas, modestas construcciones, barriadas suburbanas hasta disolverse con lo verde, con la naturaleza.

El aroma, los colores y sonidos son también rasgos distintivos que nos permiten diferenciar a Calcuta de Bogotá, a Shanghái de Nueva York, a Barcelona de Dublín o a Beirut de Paris. Además cada una tiene sus secretos, sus intimidades, sus misterios… su oscuridad y su luz. Por ser cobijo de la belleza y la fealdad, de la bondad y de la maldad, de la riqueza y la pobreza, las ciudades son como crisoles de la vida misma, un compendio de todo lo que nos distingue y nos integra a ese bloque único: la humanidad.

Aunque desde muy pequeños nos han enseñado a diferenciar la ciudad y el campo, el campo y la ciudad como sitios separados y a veces remotos, existe en casi todas las ciudades un espacio mágico y prodigioso donde confluye lo urbano y lo rural, lo autóctono y lo global, lo moderno y lo antiguo. Esos son los mercados populares y también los mercadillos de antigüedades. Son el corazón, según dicen algunos viajeros, de cada población. El único lugar que nos va a mostrar, sin subterfugios ni adornos, la auténtica esencia de la ciudad como sitio de encuentro, como espacio de unión o comunión de la cultura que la sostiene.

El viajero que se adentra en los mercados populares de distintas ciudades, sea San José de Costa Rica o Tokio, Barcelona o Caracas, con nombres tan curiosos como La Boquería, Soho, Donghuamen, Otavalo Jan-el-Jalili, Chacao, Tsukiji o Xochimilco. Mercadillos como El Rastro, Panjiyuan, las Pulgas, Portobello, San Angelito. El visitante se verá circundando por la abundancia. Si, la abundancia en su máxima y relativa expresión. Una versión diminuta del paraíso terrenal. Allí podrá encontrar todos los frutos de la madre tierra, en muchos casos no solo del país sino del mundo y también podrá encontrar todo lo fabricado por el hombre desde épocas remotas.

inside-mercado-miguel

Exquisiteces y exoticidades. Cientos de productos artesanales. Alimentos preparados y listos para llevarlos a la casa o comerlos en el sitio. Una variedad tan grande y diversa que dificulta la selección ¿cuál?, ¿cómo? ¿de dónde? Podrá comprar animales de granja o insectos comestibles. También encontrará casi todos los productos industriales que fabrican las grandes corporaciones. Allí se exhibirán artículos que hoy llamamos «vintage» de segunda, tercera o cuarta mano. Yerbas y tratamientos medicinales así como pócimas para la prosperidad, el amor y la suerte. Juguetes elaborados por los campesinos o por la más sofisticada industria global. Son tantos, tan extensos, coloridos y colmados de ofertas que es imposible nombrarlos a todos en una misma crónica.

Así que cuando queramos sentir el latido de una ciudad, conocer su riqueza cultural, acercarse a sus pobladores, degustar sus productos, adquirir su artesanía, sus antigüedades. Pero sobre todo, percibir la auténtica energía que la anima, no hay más que adentrarse en el fantástico mundo de los mercados o mercadillos populares.

Por Belén Rojas

Comparta sus opiniones